“Cuando consiga el trabajo de mis sueños, seré feliz”. Sustituyan “el trabajo de mis sueños” por lo que cada uno considere más importante –una pareja ideal, una lujosa casa de vacaciones o un nutrido círculo de amigos– y
tendremos la fórmula del éxito que gran parte de nosotros perseguimos, enfocada sobre un único objetivo cuya consecución, en teoría, nos permitirá ser felices. Pero en realidad nos equivocamos. Las recientes investigaciones sobre la felicidad, que han empezado a abundar durante la última década, demuestran que los factores que determinan nuestra satisfacción son muchos y muy variados, y que todos ellos deben encontrarse en consonancia.
El filósofo alemán
Bertrand Russell distinguió en su libro
La conquista de la felicidad dos categorías diferentes y muy taxativas: aquello que nos hace felices y aquello que nos hace infelices. Se trata de una perspectiva muy criticada por su simplicidad. Nuestra felicidad
no es una suma y resta donde lo malo contrarresta lo bueno, sino más bien, una compleja ecuación que debe encontrar un equilibro perfecto. Ser feliz no tiene nada que ver con haber superado todos los obstáculos, no tener ninguna preocupación ni con no sentirse nunca triste: se trata más bien de un sentimiento prolongado de satisfacción con la vida y con las capacidades de uno mismo.
El 50% de nuestra felicidad está determinado por factores biológicosLa felicidad no es tanto un punto de llegada como una concepción de partida, coinciden la mayor parte de estas investigaciones. El presidente estadounidense
Abraham Lincolndijo en una ocasión que “la gente suele ser tan feliz como ha decidido serlo”. Una cita muy recurrente al hablar de la felicidad, en cuanto comparte
la idea de que somos en un alto grado los amos de nuestra satisfacción personal.
Lo que podemos hacer
Aunque aún se encuentra en proceso de desarrollo, la teoría del punto de partida de la felicidad dice que el 50% de nuestra felicidad está determinado por factores biológicos. Aunque pueda parecer un porcentaje alto, implica también que la mitad restante está condicionada por otro tipo de factores: en concreto, un 10% por las circunstancias externas y
el 40% restante por las decisiones tomadas por cada persona. Es decir, cada uno de nosotros puede influir en su grado de felicidad simplemente comportándose de una forma distinta con su entorno y llevando a cabo acciones positivas.
El llamado “zar de la felicidad”
Lord Richard Layard, profesor de Economía de la London School of Economics y miembro de la Cámara de los Lores, afirmaba en su ensayo
Happiness. Lessons from a new science (Penguin Press) que “una cosa es clara: cuando los ingresos mínimos para subsistir están garantizados, es más complicado que la gente se sienta feliz. El ideal de autorrealización ha fracasado en muchos casos, ya que hizo que cada individuo se sintiese más ansioso respecto a las metas que tenía que alcanzar.
Si de verdad queremos ser felices, tenemos que aspirar a un bien común al que todos contribuyamos”. A continuación presentamos los diez puntos que contribuyen a ese sentimiento de plenitud.
–Cuidar de familia y amigos. Según un estudio realizado en la Universidad de Warwick, tener un círculo de fieles amigos que nos apoyen es mucho más importante para nuestra felicidad que cobrar una gran cantidad de dinero. El profesor
Andrew Oswald, experto en economía que llevó a cabo dicha investigación, descubrió que
la cantidad de dinero que podía cubrir la ausencia absoluta de amigos eran unas cincuenta mil libras, es decir, más de unos sesenta mil euros.
–Hacer algo con lo que te sientas bien. Una persona sin aficiones ni motivaciones es un cadáver andante. Si no somos capaces de encontrar alguna actividad en la que seamos buenos y con la que nos sintamos identificados, aunque sea trabajar, es imposible que seamos felices.
Vivir con el piloto automático puesto, esperando que nuestra vida mejore de forma espontánea, nos llevará a pasarnos la vida esperando por ese momento que no llega.
–Tener una creencia. Mantener un objetivo en nuestra vida que nos trascienda es una forma de inscribirnos personalmente en un relato que dé sentido a nuestra existencia y nos proporcione un objetivo final con el que nos sintamos completos. No tiene por qué tratarse de algo propiamente religioso, aunque pueda parecerlo, sino simplemente puede
ser una filosofía de vida, a alguna forma de espiritualidad o a adquirir un compromiso social.
–Conectar con nuestro entorno. En muchas ocasiones nos limitamos a considerar a nuestra pareja, hijos y amigos más cercanos como “los nuestros”, ignorando casi por completo los que nos que escapan a dicho círculo. Sin embargo, como seres sociales que somos, necesitamos relacionarnos con un amplio número de gente en nuestra vida diaria, de la que podemos aprender muchas cosas y a la que podemos corresponder prestándole nuestra ayuda.
Sentir nuestra influencia en los demás es una de las mejores recompensas de preocuparnos por los que nos rodean.
–Actuar según tus valores. ¿Qué nos diferencia de los demás, qué convierte a cada uno de nosotros en algo único e insustituible? Todas nuestras vidas se parecen, a grandes rasgos, más de lo que sospecharíamos. Nos gusta tener una seguridad material (dormir bajo techo y alimentarnos), necesitamos ser el objeto del afecto de los demás, y sentirnos útiles en nuestro lugar de trabajo. Pero también necesitamos mantener unos principios que guíen nuestra conducta y a los que nos podamos sentir fieles.
Vivir según nuestras propias reglas es vital para sentirnos realizados.
Mantener una mente abierta y mostrarnos porosos a nuevas ideas, conocimientos o visiones del mundo proporciona la sensación de que nuestros días no están siendo malgastados–Mantener expectativas positivas. Si nos levantamos cada día pensando que algo malo nos va a ocurrir, mejor no salir de casa. Pensar únicamente en las posibilidades negativas, y no en las positivas, es el camino más corto hacia la infelicidad perpetua. Aunque ser optimista no tiene por qué conllevar necesariamente que nos vaya a salir todo bien,
como desde luego no conseguiremos cumplir nuestros sueños es pensando de partida que son inalcanzables.
–Seguir en constante movimiento. En ocasiones, un hecho desgraciado nos lleva a plantarnos en la vida, a dejarnos llevar por la corriente. En otros momentos,
nos sentimos tan satisfechos con nuestra forma de vida actual que pensamos que ya lo hemos conseguido todo, por lo dejamos de buscar nuevos estímulos que nos empujen hacia adelante.Es la peor decisión, ya que uno de los requerimientos para ser feliz es plantearnos novedades continuas –aunque estas no sean especialmente significativas– en nuestras vidas.
–Aprender cosas nuevas. Muy relacionada con la anterior. Mantener una mente abierta y mostrarnos porosos a nuevas ideas, conocimientos o visiones del mundo proporciona la sensación de que nuestros días no están siendo malgastados, sino que
nos encontramos inmersos en un proceso inacabable de perfeccionamiento personal.
–Tener grandes sueños. Plantearnos la mera supervivencia como nuestra meta final no es la forma más adecuada de ser felices. Carecer de motivaciones y centrarnos únicamente en poder seguir vivos un día más conduce a la frustración en cuanto que nos convierte en marionetas en manos de la familia, los jefes y los amigos.
Si no albergamos un gran sueño en nuestros corazones que recordar regularmente, seremos como los animales que sólo buscan satisfacer sus instintos.
–Actuar. Plantearnos altas metas, soñar despiertos y, en definitiva, dedicar toda nuestra vida a planear nuestros proyectos futuros sin llegar nunca a comenzar a trabajar para ello es construir castillos en el aire. No se trata de intentar conseguir tu objetivo en un plazo corto, sino empezar a hacer cosas, por triviales que puedan parecer,
teniendo en cuenta que las montañas se construyen grano a grano de arena.