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sábado, 30 de junio de 2012

CD01 - SUPERACIÓN DEL NERVIOSISMO Y LA ANSIEDAD - 02 Relajacion Mental E...

crisis de pánico y reprogramación del procesador cerebral

Espiritualidad y ser coherente


Presentado el libro 'Psicología y madurez en la vida consagrada'

Por H. Sergio Mora

ROMA, jueves 7 junio 2012 (ZENIT.org).- “Psicologia e maturità nella vita consacrata” (Psicología y madurez en la vida consagrada), este es el nombre del nuevo libro publicado en italiano por el sacerdote salesiano Eugenio Fizzotti, que fue presentado el lunes 4 de junio en la Radio Vaticano, Roma.
Entre los conferenciantes, además del cardenal Oscar Roríguez Maradiaga –que escribió la introducción del libro– estaba monseñor Guillermo Ortiz Mondragón, obispo mexicano de Cuautitlán.
“Una temática que nació –indicó el autor– “en 1968 cuando viví una profunda crisis vocacional, tenía que renovar los votos y había decidido colgar los hábitos y volverme a mi casa”, pero gracias al apoyo de un psicólogo del Ateneo Salesiano “inicié el doctorado en psicología y me fue indicado como tema Frankl, de quien nunca había oído hablar.
Viktor E. Frankl (1905-1997) es el fundador de la Tercera Escuela vienesa de psicoterapia, conocida en todo el mundo como Logoterapia y análisis existencial. Judío de nacimiento y sobrevivido al exterminio de Auschwitz, con 27 honoris causa, enseñó en diversas universidades entre las cuales Viena, Harvard, Dallas, Stanford y Pittsburg.
“Y les digo –continuó el autor– que se lo dije a Frankl en los dos años que trabajé en el doctorado en Viena: que si resolví mi crisis vocacional y si me volví sacerdote se lo debo fundamentalmente a él”.
El cardenal Maradiaga, justamente sobre Frankl consideró que “fue un hombre providencial para la psicología clínica” visto que “hemos descubierto una línea inédita” porque su enseñanza no venía solamente de los clásicos sino de la vida y del dolor. Además Frankl nos recuerda que la vida no es solamente algo, sino la ocasión para algo”.
Porque, continuó el purpurado, “no es suficiente alargar la vida, sino que es necesario ponerle vida a los años”. Y esto “es uno de los puntos que Eugenio Fizzotti desarrolla en el libro, el cual estoy seguro que ayudará mucho”.
En este tiempo de crisis, si esta no es resuelta, seguramente se vuelve un problema. Si en cambio es enfrentada con criterios válidos puede transformarse en una ocasión de madurez”.
Su eminencia recordó algunos puntos originales del libro, como el binomio reactividad-proactividad. Y los criterios de madurez que nos presenta, como el sentido del yo y la interrelación con los otros, la seguridad emocional, la percepción objetiva de la realidad, el sentido del humor, la concepción unificadora de la vida. Y cómo “la madurez es un proceso, un camino y una vía que debemos recorrer siempre con alegría”.
“Una actitud proactiva –prosiguió– es capaz de amar en manera profunda y desinteresada, a la búsqueda de un bien intuido, con creatividad y responsabilidad para alcanzar los objetivos, capacidad de conocerse y aceptarse, de percibir la realidad de manera relativamente objetiva, porque a veces en la vocación o en la experiencia de la vida consagrada pensábamos que aquí en la cabeza estaba todo, pero es en el corazón donde está la puerta”,
“Son sentimientos que a veces tenemos miedo de compartir, que no queremos poner sobre la mesa abiertamente. Esto es indispensable para una actitud proactiva. Un tono emotivo marcado por la alegría que da un sistema de valores”.
Y después el cardenal explicó la actitud reactiva: “Es lo contrario, una tendencia a replegarse sobre si mismo, incapacidad de amar a los otros de manera desinteresada, carencia de creatividad y responsabilidad, búsqueda de la gratificación inmediata. Cuánta inmadurez cuando buscamos solamente ésto.
Pero también ausencia de confianza en si mismo y en los otros, sensación difusa de sentirse agredidos, tristes y la tendencia a la autoconmiseración”.
En la motivación entra la afectividad “como una vivencia que nos da plenitud en la vida consagrada, no como reacción pero como creatividad”. Por ello “la proactividad en la realización de los empeños vocacionales, en la perserverancia, afectividad vivida como proactiva, nos lleva al equilibrio afectivo, a vivir los votos en la vida comunitaria y en el trabajo apostólico. Así llegamos a una actitud religiosa proactiva en la vida consagrada”.
“Estoy convencido – concluyó el purpurado – que una actitud proactiva en la vida consagrada nos ayudará especialmente con la capacidad de integrar emoción y razón” para crecer y para obtener “coherencia entre acciones y convicciones, entre convicciones verbales y fidelidad a los empeños, además del tema precioso que el papa expone frecuentemente: la gratuidad. Y también tenemos necesidad de descubrir este tesoro que es la gratuidad”.

La Felicidad y la coherencia


TEMA 18 INDIVIDUALIDAD Y COHERENCIA COMPORTAMENTAL
TEMA 18
INDIVIDUALIDAD Y COHERENCIA COMPORTAMENTAL.


¿ES ESTABLE LA PERSONALIDAD?

·                     Para analizar si la personalidad se mantiene estable o cambia con el paso de los años, en paralelo al proceso de maduración biológica y social, se han considerado esencialmente dos criterios:
·                                             Si cambian con la edad las diferencias individuales en personalidad, esto es, si el nivel relativo que cada uno tiene en las diversas variables de personalidad, cambia o permanece a lo largo de la vida. El procedimiento de análisis comúnmente empleado para responder a esta cuestión ha consistido en calcular la correlación entre las medidas de personalidad efectuadas sobre la misma población en distintos momentos temporales.
·                                             Un segundo criterio es ver si se producen cambios en los niveles medios poblacionales en las variables de personalidad asociados a la edad. Lo que interesa ahora es ver si se producen cambios en términos absolutos en las variables de personalidad paralelos a la edad. Para dar respuesta a esta cuestión se han empleado dos estrategias de análisis: correlacionar las puntuaciones en las variables de personalidad con la edad de los sujetos, o, alternativamente, calcular si difieren significativamente las puntuaciones medias en las dimensiones de personalidad de grupos de sujetos que se diferencian en edad.
·                     Para calcular los datos sobre los que haremos los análisis comentados se han empleado dos grandes tipos de estrategias o diseños de investigación: estudios transversales y estudios longitudinales.

Pregunta: la evidencia mostrada en los estudios sobre cambios absolutos en la personalidad, indica que... dichos cambios ocurren, pero son de pequeña magnitud.

·                     evidencia empírica.

·                     Lo que se discute aquí es si el nivel que cada persona alcanza en las variables de personalidad, en relación a su grupo de referencia se mantiene o cambia a lo largo de la vida. Para analizar esta cuestión se han empleado diseños longitudinales.
·                     Las dimensiones de personalidad evaluadas en el estudio de Costa y McRae muestran una significativa estabilidad, tanto cuando se consideran los datos aportados por los propios sujetos, como cuando se tomaron las evaluaciones ofrecidas por los/as esposos/as de los sujetos, que de esta forma reforzarían los resultados basados en los autoinformes, en la medida en que los datos heretorinformados presumiblemente serían menos susceptibles de sesgos que los autoinformados.
·                     Sus resultados, al ser un estudio longitudinal, no descartan que se hayan producido cambios asociados a la edad, pero indicarían que tales cambios se han debido producir en toda la población, de forma que la posición relativa de cada individuo en las variables en estudio permanece estable.
·                     Contraste entre cambio subjetivo y estabilidad objetiva. La idea de que la personalidad es fundamentalmente estable en la edad adulta resulta contraintuitiva para algunas personas que tal vez perciban un gran cambio en su personalidad. Estas impresiones subjetivas de cambio en la personalidad con el paso de los años, son, sin embargo, inconsistentes con los datos objetivos que vienen a demostrar que no hay grandes cambios en personalidad asociados a la edad.
·                     Resultados ofrecidos por C. y McR. indican que la mayoría de los sujetos percibía una gran estabilidad en su personalidad (el 51% de la muestra cree que no ha cambiado nada, junto a otro 35% que estima que ha cambiado algo, pero poco), lo que sería consistente con los datos objetivos procedentes de las evaluaciones auto y heteroinformadas. Mientras hay otros sujetos (el 14% en este caso) que piensan que han cambiado mucho, aunque esta percepción no recibe apoyo de los datos objetivos, que vienen a indicar que, de hecho, han cambiado tan poco como aquellos que efectivamente pensaban que habían cambiado poco o nada.
·                     ¿Quiere esto decir que no hemos madurado? Lo que sucede es que la maduración no necesariamente se ha de traducir en un cambio cualitativo de nuestra estructura de personalidad, sino en que hacemos un uso distinto, probablemente más ajustado a la realidad, de nuestros recursos y potencialidades adaptativas que constituye la parte sustancial de nuestra personalidad. Desde esta perspectiva, la sensación de que nuestra personalidad cambia con el paso de los años, está en gran medida condicionada por el hecho de que nos enfrentamos a situaciones y roles distintos.
·                     Para estudiar la presencia de estabilidad o cambio en los niveles absolutos de las variables de personalidad con el paso de los años, se han empleado dos estrategias:
·                                             La primera, asociada a los estudios transversales, ha consistido en calcular el coeficiente de correlación entre la edad de los sujetos y los valores que obtienen en las variables de personalidad en estudio.
·                                             La segunda, asociada a los estudios longitudinales, consiste esencialmente en calcular la diferencia entre las puntuaciones en personalidad que obtienen los sujetos en los distintos momentos de evaluación que se lleven a cabo a lo largo del periodo de seguimiento de la muestra.
·                     El estudio de C. y McR., en el que se calculó la correlación entre la edad y los cinco grandes factores de personalidad, indica que ciertamente se produce algún cambio en la personalidad asociado a la edad, aunque si atendemos al escaso peso absoluto de los mismos, cabe pensar que el cambio producido debe ser pequeño.
·                     Los pequeños cambios producidos se orientan en una disminución con la edad de los valores medios en Extraversión, Neuroticismo y Apertura Mental y, por el contrario, un cierto incremento en las dimensiones de Afabilidad y Tesón. Esta evolución, por otra parte, parece lineal, salvo en el caso del Neuroticismo donde los datos muestran una cierta asociación curvilínea, indicando que el Neuroticismo desciende hasta aproximadamente la edad de los 75 años, para iniciar un ascenso a partir de esa edad.
·                     En resumen, existe una notable estabilidad por lo que respecta a las diferencias individuales en personalidad; esto es, el nivel relativo que caracteriza a cada individuo en las diversas características de personalidad cambia con el paso de los años. Al mismo tiempo, sin embargo, el peso absoluto medio de las distintas variables de personalidad cambia con la edad; salvando las diferencias individuales, ello quiere decir que, en general, a medida que uno se va haciendo mayor va mostrando menor número, o con menor intensidad, de indicadores de extraversión, o tiende a mostrar un comportamiento más responsable, por citar dos de los aspectos de personalidad citados.

·                     ¿cuándo está consolidada la personalidad?

·                     Varias hipótesis se han manejado a la hora de fijar un punto en el curso vital de las personas, en el que podríamos decir que la personalidad está consolidada, sólidamente establecida; momento en el que se supone se habría alcanzado el nivel de máxima consistencia, sin que cupiese esperar, en consecuencia, cambios significativos a partir de entonces:
·                                             La hipótesis psicoanalítica viene a sugerir que la personalidad está estructura en la infancia, en torno a los cinco años de edad. La abundante evidencia empírica de que hoy disponemos, permite, sin embargo, descartar esta hipótesis.
·                                             Una segunda hipótesis parte del supuesto de que la personalidad está consolidada en la edad adulta y que ésta se alcanza en torno a los 20 años. Sin embargo, Bloom, tras revisar la evidencia aportada por 10 estudios longitudinales, le llevó a aceptar que a la edad de 20 años se seguían produciendo cambios en la personalidad, que presumiblemente se extendería a etapas posteriores del desarrollo vital del individuo.
·                     Posteriormente, el grueso de la investigación sobre estabilidad de los rasgos de personalidad, liderada en gran medida por Costa, McRae y cols., llevó a pensar que la máxima estabilidad se alcanzaba en torno a los 30 años, aunque pudiesen presentarse cambios en edades posteriores, aunque siempre de muy escasa importancia. Así, concluyen que todo parece apuntar a que hay poco cambio durante la mayor parte de la edad adulta en los niveles medios de los rasgos de personalidad.
·                     Para Roberts y DelVecchio, en líneas generales la estabilidad de la personalidad crece de manera escalonada en paralelo a la edad, alcanzando sus niveles más elevados con posterioridad a los 50 años, mientras sus niveles más bajos en la infancia.
·                     Parece claro, en consecuencia, que la personalidad se mantiene flexible a lo largo de todo el ciclo vital, posibilitando la introducción de cambios que, por una parte, serían fruto del esfuerzo adaptativo del individuo, y por otra suponen el reajuste de las competencias, potencialidades y recursos desde los que el individuo seguirá haciendo frente a los retos futuros.

·                     cambio y periodos críticos.

·                     Datos como estos, que muestran un cierto escalonamiento de la evolución de los índices de estabilidad de la personalidad, con momentos de estancamiento (reflejo de una menor estabilidad) ha llevado a muchos a pensar que existen fases de transición, periodos críticos, en los que se producen mayor cantidad de cambios.
·                     Esta sugerencia, sin embargo, no posee gran apoyo empírico, sobre todo cuando se la hace dependiente de la evolución cronológica. Tiene sentido, no obstante, señalar que el modo en que se hace frente a determinadas circunstancias influye en la personalidad, produciendo cambios de mayor o menor intensidad y duración, en función de la naturaleza de la situación y de los recursos personales desde los que uno la afronta.
·                     Eccles, Wigfield, y otros autores, se plantearon, entre otras, las siguientes cuestiones:
·                                             ¿Cambia la personalidad en los periodos de transición?
·                                             ¿Se producen cambios en Autoestima y Autoconcepto?
·                     Para dar respuesta a estas cuestiones se tomaron los siguientes criterios:
·                                             Presencia o ausencia de cambio grupal en las variables mencionadas, a lo largo de las distintas fases en que se evaluó el efecto de la transición.
·                                             Estabilidad de las diferencias individuales en cada una de las variables, en los distintos momentos temporales del proceso de transición.
·                                             Objetividad o subjetividad del cambio.
·                     En general, parece que se producen cambios globales en las diversas facetas evaluadas: el nivel de autoestima disminuye al pasar a la nueva situación, aunque se recupera. Por lo que respecta a los distintos aspectos del autoconcepto, la evolución varía según la faceta concreta evaluada.
·                     Los datos, en resumen, vendrían a sugerir que, pese al cambio situacional, el autoconcepto, la identidad personal, continúa consolidándose durante este periodo de la vida de los sujetos.
·                     En términos generales, la estabilidad de los diversos criterios evaluados parece incrementarse incluso durante este periodo de transición. Cuando la transición provoca un cambio significativo, ello suele ocurrir en aquellos ámbitos en los que la situación ha cambiado más significativamente, dando lugar a que cambien de manera sustantiva las experiencias del individuo en las que basa su autoconcepto.

¿EXISTE CONSISTENCIA CONDUCTUAL?

·                     El punto de partida para el análisis de la consistencia de la conducta puede cifrarse en la constatación que cada uno puede tener de dos hechos: por una parte, que nuestra conducta varía de acuerdo con la situación en que nos encontramos, y, al mismo tiempo, sin embargo, seguimos sintiéndonos la misma persona.
·                     Indudablemente, la situación incide sobre el individuo y produce cambios sobre su conducta; por ello, no se cuestiona que exista variabilidad conductual. Lo que aquí nos preguntamos es si existe regularidad y continuidad en la conducta, por encima de la variabilidad situacional, o si, por el contrario, la variabilidad es la nota dominante en la conducta de los seres humanos.
·                     La existencia de regularidad y continuidad en la conducta es un factor decisivo para el desarrollo y mantenimiento del sentimiento de propia identidad. Uno se define a sí mismo, en una medida importante, a partir de la observación de su conducta en diversas situaciones y momentos temporales, pero, para que esta observación permita elaborar una imagen armónica de sí mismo, es preciso poder establecer nexos de continuidad entre unas manifestaciones conductuales y otras.
·                     La existencia de patrones regulares de conducta parece una condición importante para poder anticipar y predecir la propia conducta y la de los demás, propiciando, en este sentido, el desarrollo de conducta adaptativa.

·                     supuestos teóricos.

·                     En gran parte, la polémica sobre la consistencia de la conducta queda enmarcada en una controversia más amplia acerca de la naturaleza real de los determinantes del comportamiento. En este sentido, el problema de la consistencia es una nueva manifestación de la dicotomía entre dos posicionamientos metateóricos, que sustentan visiones del sujeto de comportamiento y explicaciones de su conducta, aparentemente al menos, contrapuestas: los enfoques organísmico y mecanicista.
·                     El reflejo de esta situación en el estudio de la personalidad nos viene dado en el enfrentamiento entre planteamientos internalista-personalistas y situacionistas.
·                                             Desde una perspectiva organísmica, la primera nota que define los planteamientos internalistas es el marcado énfasis que se hace en la determinación de la conducta por variables personales. La conducta manifiesta del individuo viene a entenderse como expresión de una serie de variables, mecanismos y/o estructuras, subyacentes, que el sujeto lleva a la situación concreta, y que son las que, en último término, van a determinar su peculiar y específico comportamiento en tal situación. En el supuesto de que tales características personales sean estables y duraderas, se asume que la conducta presentará un alto grado de consistencia transituacional y estabilidad temporal.
·                                             En consonancia con la filosofía mecanicista, los planteamientos situacionistas en la investigación en personalidad van a hacer énfasis en el valor determinante de la situación, especificidad de la conducta y conveniencia de estudiar sistemáticamente los parámetros que definen la situación. Se defiende el carácter específico y variable de la conducta. Si en algún punto la conducta muestra regularidad, ésta se explicará a partir de regularidades existentes en el contexto.
·                     En la revisión llevada a cabo por Mischel, por lo que respecta a conductas asociadas a variables intelectuales y cognitivas, los datos de investigación tienden a mostrar niveles aceptables de consistencia. No obstante, de los datos considerados no se infiere, necesariamente, la existencia de una dimensión subyacente generalizada, a la que se pudiera atribuir la responsabilidad de la consistencia observada.
·                     Los resultados analizados sugieren que la consistencia, incluso en estas variables de naturaleza cognitiva, desciende a medida que cambian las situaciones en que se analiza la conducta.
·                     La consistencia informada puede ser más un efecto de sesgos perceptivos en el observador de la conducta que algo predicable de la conducta real misma.
·                     La base argumental de que parten en la investigación Bem y Allen sostienen que en la investigación tradicional en personalidad, basada en las variables personales y siguiendo una orientación nomotética, se han cometido dos errores, a los que, más o menos directamente, hace referencia Allport, cuando habla de falacia nomotética en la investigación en personalidad. Por tal se entiende la aceptación de dos supuestos:
·                                             La creencia en la supuesta universalidad de las dimensiones de personalidad.
·                                             El supuesto de escalabilidad, esto es, que las diversas conductas que definen un rasgo ponderan igual y significan lo mismo para todos los individuos y en todas las situaciones.
·                     Bem y Allen proponen un acercamiento idiográfico, desde el que la investigación se asienta en dos supuestos básicos:
·                                             Para cada individuo unos rasgos son relevantes y otros no, y no necesariamente los mismos.
·                                             La interpretación del rasgo y, en consecuencia, las conductas que le sirven de índices significativos tampoco han de ser siempre equivalentes para todos los individuos.
·                     Los sujetos no son consistentes de la misma manera. Los individuos difieren en la medida en que son consistentes en diversos rasgos, en las situaciones en que son consistentes y en la medida en que le son aplicables las conductas supuestamente indicativas del rasgo.
·                     En otros términos, lo que se está sugiriendo es que la consistencia puede entenderse como un auténtico factor de diferenciación individual. La consecuencia inmediata de esta propuesta es que aparecerá consistencia transituacional en un determinado rasgo cuando se evalúe en sujetos consistentes en dicho rasgo, mientras que no aparecerá cuando se tomen sujetos clasificables como inconsistentes, o cuando se tomen grupos mezclados.
·                     La investigación de B. y A. se dirigió al contraste entre sujetos, que se definen a sí mismos como consistentes o variables en diversos rasgos, llegando a las siguientes conclusiones:
·                                             La utilidad predictiva de la medición de rasgo es aceptable para aquellos individuos y en aquellas situaciones en que se definen a sí mismos como consistentes.
·                                             En cambio, cuando lo definitorio del individuo es la variabilidad, la mejor predicción se puede hacer desde el conocimiento de las características de la situación.
·                     Epstein sostiene que en la mayoría de los estudios en los que se señala inconsistencia de la conducta, dicha inconsistencia tiene mucho que ver con el inadecuado muestreo de índices de conducta y de ocasiones y/o situaciones en que se observa la conducta. Propone incrementar la fiabilidad y validez de la investigación, mediante el empleo de tácticas de agregación, que suponen tomar como datos de conducta el promedio de una gama amplia de índices conductuales, observados en un rango igualmente extenso de ocasiones y situaciones.

·                     reformulación interactiva.

·                     Las formulaciones interaccionistas suponen un intento de integración de las distintas posturas, relativas a la naturaleza de los determinantes de la conducta. Esta integración supone reorientar la cuestión, desde la formulación polarizada (persona vs. Situación), hacia la consideración de la interacción de las variables personales y situacionales como la unidad de análisis y explicación de la conducta.
·                     La conducta se debe, en parte, a los factores de diferenciación individual, en parte, a las características de la situación, pero, en mayor medida, a la interacción entre características del individuo y características de la situación en la que tiene lugar la conducta.
·                     El punto de partida en el tratamiento interaccionista de la cuestión sobre la naturaleza de los determinantes de la conducta es la convicción de que los planteamientos anteriores sobre estas cuestiones venían incorrectamente planteados, expresando, innecesariamente, las posibles resoluciones en términos de la dicotomía persona o situación.

COHERENCIA COMPORTAMENTAL.

·                     La estabilidad de la personalidad no se traduce en estabilidad comportamental; la conducta del individuo puede variar, y de hecho así suele ocurrir, de un momento a otro, y de una situación a otra. Paradójicamente, sin embargo, seguimos identificándonos como la misma persona.
·                     Las personas difieren en:
·                                             El contenido, accesibilidad y activación de procesos cognitivos y afectivos que condicionan el modo específico y peculiar con el que cada uno se posiciona ante las diversas situaciones que definen su realidad cotidiana.
·                                             En el modo en que valoran las situaciones y de manera especial en las características de la situación que activan estos procesos cognitivos y afectivos.
·                                             En el sistema de interrelaciones existentes entre estos procesos psicológicos, por una parte, y entre estos procesos y las características y demandas de la situación, por otra, que da lugar al patrón idiosincrásico de conducta coherente y predecible peculiar y definitorio de cada persona.
·                     Lo que define e identifica la coherencia del concepto del comportamiento es el perfil de estabilidad y cambio discriminativo que muestra el individuo en su conducta en los diversos contextos y escenarios en que se desenvuelve su vida diaria.
·                     El comportamiento no viene regido por disposiciones generalizadas, absolutas, de conducta, del tipo, por ejemplo, “si es extravertido, tenderá a comportarse de manera extravertida en la mayoría de las situaciones”; sino por disposiciones condicionales del tipo “si… entonces”.
·                     Estas reglas condicionales recogen la variabilidad situacional y explican la plasticidad y variabilidad discriminativa observable en la conducta. Lo que caracteriza a la personalidad es precisamente esta flexibilidad adaptativa, asociada a la capacidad discriminativa del ser humano, que se traduce, en último término, en patrones de estabilidad y variabilidad.
·                     Entender al individuo, desde esta perspectiva, supone conocer el conjunto de relaciones de contingencia que subyacen y dan coherencia a su conducta y que definen de manera peculiar su vida y experiencias. Así, por ejemplo, si un individuo se caracteriza por reaccionar agresivamente cuando se siente amenazado:
·                                             Cabría esperar que su conducta sea consistentemente agresiva siempre que se sienta amenazado.
·                                             Pero de igual modo y apoyándonos en la misma proposición, se entenderá que no se comporte agresivamente en aquellas otras ocasiones en que no se sienta amenazado. De esta forma, podemos decir que su conducta muestra coherencia aunque varía de unas ocasiones a otras.
·                     En la medida en que diversas situaciones comparten las mismas características psicológicas, sean igualmente relevantes para el individuo, no sólo se observa coherencia conductual, sino que en tal supuesto se aprecia igualmente consistencia conductual, entendida en sentido tradicional. En este supuesto, coherencia y consistencia conductual coinciden.
·                     Una segunda aportación importante del acercamiento social-cognitivo al estudio de la personalidad y la conducta, es que tales patrones discriminativos situación-conducta son estables y predecibles, en la medida en que:
·                                             Existe estabilidad en el sistema de procesos psicológicos que constituye la personalidad.
·                                             Conozcamos las características psicológicas de la situación que activan tales procesos psicológicos. Es precisamente en estos patrones estables y discriminativos de interacción persona-situación, que dan lugar a perfiles de variabilidad intraindividual en la asociación entre características de la situación y la conducta, donde se puede observar con claridad la presencia de coherencia en la personalidad y en la conducta.
·                     El resultado más significativo del análisis de Shoda, Mischel y Wright viene a indicar que el nivel de consistencia de la conducta se incrementa a medida que aumenta el número de características psicológicas importantes para el individuo que comparten las situaciones. Quiere ello decir que:
·                                             Si hubiésemos tomado en consideración únicamente el promedio de conducta del individuo en todas las situaciones prácticamente no aparecería consistencia. Vemos, en cambio, que cuando se compara la conducta del individuo teniendo en cuenta la similaridad existente entre las situaciones, la consistencia puede ser notable cuando las situaciones en las que se contrasta la conducta comparten la mayor parte de sus elementos significativos psicológicamente.
·                                             La conveniencia de conceptuar y evaluar el impacto de la situación en términos de los ingredientes, características y elementos de la situación que el individuo cree relevantes para su vida, para guiar su conducta en cada caso concreto.