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domingo, 8 de agosto de 2010

Una vida con propósito, de Rick Warren, Editorial Vida

Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre.” (Romanos 11:36, BLA).

Todo es para Dios. El objetivo final del universo es mostrar la gloria de Dios. La gloria de Dios es el porqué de la existencia de todo, incluida tu persona. Dios hizo todo para su gloria. Sin la gloria de Dios, no habría nada.

¿Qué es la gloria de Dios?
Es Dios. Es la esencia de su naturaleza, el peso de su importancia, el brillo de su esplendor, la demostración de su poder y la atmósfera de su presencia. La gloria de Dios es la expresión de su bondad y todas las demás cualidades intrínsecas y eternas de su persona.

¿Dónde está la gloria de Dios?
Observa a tu alrededor. Todo lo que Dios creó refleja –de una u otra manera– su gloria. La vemos en todas partes: desde las formas de vida microscópicas más diminutas hasta la extensión de la Vía Láctea, desde los atardeceres y las estrellas hasta las tormentas y las cuatro estaciones. La creación revela la gloria de nuestro Creador. En la naturaleza aprendemos que Dios es poderoso, que disfruta de la variedad, ama la belleza, es organizado, sabio y creativo. La Biblia dice: «Los cielos cuentan la gloria de Dios» (Salmos 19:1).

La gloria de Dios se ve mejor en Jesucristo. Él, la luz del mundo, ilumina la naturaleza de Dios. Gracias a Jesús, no estamos más en oscuridad con respecto a lo que Dios realmente es. La Escritura dice: «El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios» (Hebreos 1:3; 2 Corintios 4:6b, BAD). Jesús vino al mundo para que pudiéramos entender cabalmente la gloria de Dios.

Dios posee una gloria inherente, porque es Dios. Es así por naturaleza. No podemos agregar nada a esa gloria, así como tampoco nos sería posible hacer que el Sol brillara con más intensidad. El mandamiento que tenemos es que debemos reconocer su gloria, honrar su gloria, declarar su gloria, alabar su gloria, reflejar su gloria y vivir para su gloria. (1 Crónicas 16:24; Salmos 29:1; 66:2; 96:7; 2 Corintios 3:18). ¿Por qué? ¡Porque Dios se lo merece! Le debemos toda la honra que seamos capaces de darle.

En todo el universo hay solo dos creaciones de Dios que fallaron en darle gloria: los ángeles caídos –los demonios– y nosotros –las personas–. Todo pecado, por naturaleza, es fallar en darle gloria a Dios. Pecar es amar cualquier cosa más que a Él. Negarse a darle gloria a Dios es una rebeldía vanidosa: el pecado que provocó la caída de Satanás, y la nuestra también. De distinta manera todos hemos vivido para nuestra propia gloria y no para la de Dios. Ninguno de nosotros le hemos dado a Dios toda la gloria que merece de nuestra parte. Este es el peor pecado y el error más grave que podemos cometer. Por otro lado, vivir para la gloria de Dios es el mayor logro que podemos alcanzar en nuestra vida. Debería ser la meta suprema de nuestra vida, porque Dios dice que «somos su pueblo, creado para su gloria» (Isaías 43:7, PAR).

¿Cómo puedo dar gloria a Dios?
Jesús le dijo al Padre: «Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste que hiciera» (Juan 17:4, LBLA). Jesús honró a Dios pues cumplió su propósito en esta Tierra. Nosotros lo honramos del mismo modo. Cuando algo en la creación cumple con su propósito, eso le da gloria a Dios. Las aves dan gloria a Dios cuando vuelan, trinan, hacen sus nidos y otras actividades propias de las aves según el designio divino. Hasta la humilde hormiguita da gloria a Dios cuando cumple el propósito para el que fue creada. Dios creó a las hormigas para que fueran hormigas, y te creó a ti para que fueras tú. San Ireneo dijo: «¡La gloria de Dios es un ser humano lleno de vida!»

Hay muchas maneras de dar gloria a Dios, pero pueden resumirse en los cinco propósitos de Dios para nuestra vida.

Glorificamos a Dios cuando lo adoramos
La adoración es nuestra primera responsabilidad. Adoramos a Dios cuando disfrutamos de su compañía. C. S. Lewis escribió: «Al ordenarnos glorificarlo, Dios nos invita a disfrutar de Él». Él quiere que nuestra adoración brote del amor, de la gratitud y del gozo, no de la obligación.

John Piper señala: «Cuanto más satisfechos nos sentimos en Él, más glorificamos a Dios».

La adoración es más que alabanza, canto y oración a Dios. Es un estilo de vida que implica gozar de Dios, amarlo y entregarle nuestra vida para que la use de acuerdo con sus propósitos. Cuando usamos nuestra vida para la gloria de Dios, todo lo que hacemos se convierte en un acto de adoración.

Glorificamos a Dios cuando amamos a los demás creyentes
Con el nuevo nacimiento nos convertimos en miembros de la familia de Dios. Seguir a Cristo no es solo cuestión de creer; también implica pertenecer a su familia y aprender a amarla. Pablo dijo: «Acéptense mutuamente, así como Cristo los aceptó a ustedes para gloria de Dios» (Romanos 15:7 - PAR). Nuestra segunda gran responsabilidad en esta Tierra es aprender a amar como Dios ama, porque Dios es amor, y si lo amamos lo honramos.

Glorificamos a Dios cuando nos asemejamos más a Cristo
Cuando nacemos en la familia de Dios, Él quiere que crezcamos hasta alcanzar la madurez espiritual. ¿Qué significa esto? La madurez espiritual consiste en pensar, sentir y actuar como lo haría Jesús. Cuanto más desarrollemos nuestro carácter conforme al de Cristo, más reflejaremos la gloria de Dios. La Escritura afirma que «somos como un espejo que refleja la grandeza del Señor, quien cambia nuestra vida. Gracias a la acción de su Espíritu en nosotros, cada vez nos parecemos más a él» (2 Corintios 3:18, BLS).

Dios nos dio una vida y una naturaleza nuevas cuando recibimos a Cristo. De ahora en adelante, por el resto de nuestra vida sobre esta Tierra, Dios quiere continuar el proceso de transformación de nuestro carácter. La Biblia dice que podemos ser «llenos del fruto de justicia que se produce por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios» (Filipenses 1:11, PAR; Juan 15:8, PAR). Entonces Dios recibirá la gloria.

Glorificamos a Dios cuando servimos a los demás con nuestros dones
Dios nos diseñó a cada uno de nosotros de forma única en cuanto a talentos, dones, habilidades y aptitudes. La manera en que has sido «cableado» no es casual. Dios no te dotó de aptitudes para propósitos egoístas. Cuentas con estas facultades para beneficio de otros, así como las otras personas cuentan con aptitudes para tu beneficio. La Biblia dice que «cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas (...) el que presta algún servicio, hágalo como quien tiene el poder de Dios. Así Dios será en todo alabado por medio de Jesucristo» (1 Pedro 4:10-11, PAR; 2 Corintios 8:19b, PAR).

Glorificamos a Dios cuando testificamos
Dios no quiere que su amor y sus propósitos sean un secreto. Una vez que conocemos la verdad, espera que la comuniquemos a los demás. ¡Qué gran privilegio! Podemos presentarles a Jesús, ayudarles a descubrir su propósito y prepararlos para la eternidad. La Biblia afirma que a medida que «la gracia (...) está alcanzando a más y más personas (...) [abunda] la acción de gracias para la gloria de Dios» (2 Corintios 4:15, PAR).

¿Para qué vivirás?
Vivir el resto de tu vida para la gloria de Dios requiere cambios en tus prioridades, en tus planes, en tus relaciones, en todo. Algunas veces implicará elegir el camino difícil en lugar del fácil. Incluso Jesús tuvo que luchar contra esto. Cuando sabía que muy pronto habrían de crucificarlo, exclamó: «Ahora todo mi ser está angustiado, ¿y acaso voy a decir: "Padre, sálvame de esta hora difícil"? ¡Si precisamente para este propósito he venido! ¡Padre, glorifica tu nombre!» (Juan 12:27-28, PAR).

Jesús estaba en un cruce de caminos. ¿Cumpliría su propósito y glorificaría a Dios, o se retractaría para tener una vida cómoda y egocéntrica? Te enfrentas a una decisión similar. ¿Vivirás para alcanzar tus propias metas, la comodidad y el placer, o para la gloria de Dios, sabiendo que Él te prometió recompensas eternas? La Biblia dice que «el que se aferra a su vida tal como está, la destruye; en cambio, si la deja ir (...) la conservará para siempre, real y eterna» (Juan 12:25, PAR).

Es hora de definir este asunto. ¿Para quién vivirás? ¿Para ti o para Dios? Jesús te dará todo lo que necesites para vivir para Él. No te preocupes. Dios te proveerá de todo lo necesario si decides vivir para él. La Biblia dice que «todo lo que implica una vida que agrada a Dios nos ha sido dado por milagro, al permitirnos conocer, personal e íntimamente, a Aquel que nos invitó a Dios» (2 Pedro 1:3, PAR).

Ahora mismo Dios te invita a vivir para su gloria, a cumplir los propósitos para los que te creó. En realidad, es la única manera de vivir. Todo lo demás es mera existencia. La verdadera vida comienza con el compromiso absoluto con Jesucristo. Si no estás seguro de haberlo hecho, lo único que necesitas hacer es recibirlo y creer. La Biblia promete: «Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios» (Juan 1:12). ¿Aceptarás el ofrecimiento de Dios.

Tomado con permiso del libro: Una vida con propósito, de Rick Warren, Editorial Vida

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