Dos alumnos de diez años se pelean en clase; generan alboroto, no son capaces de calmarse, en casa los ánimos también andan encendidos, sus problemas en el aula continúan y acaban creando un clima de tensión que se traslada a otros compañeros... En este ambiente de agitación resulta más difícil trabajar y los resultados académicos se resienten. El último informe Faros, presentado ayer, sobre salud de la infancia y la adolescencia del hospital Sant Joan de Déu da la voz de alerta sobre estas situaciones comunes en algunas aulas, y lanza una advertencia: el bienestar emocional influye directamente en el progreso académico.
Pero la gestión de las emociones queda en un segundo plano en la mayoría de escuelas, indica Rafael Bisquerra, coordinador del estudio y catedrático de Orientación Psicopedagógica de la Universitat de Barcelona (UB). Este investigador cifra en un 5% las escuelas catalanas con un programa específico de educación emocional. Aún así, reconoce que muchos centros ya tocan este ámbito, aunque sea de una forma menos sistemática, a veces sin ser conscientes de ello. Con todo, la comunidad del hospital Sant Joan de Déu pidió ayer, mediante la presentación de este informe, una mayor atención a la gestión de las emociones en el aula. Es decir, que los niños aprendan a detectar qué les alegra o entristece, qué les enfada y por qué, y transformar la rabia o el miedo en algo positivo. La educación emocional también incluye saber reaccionar ante las actitudes de los otros, dando la vuelta al conflicto y la agitación. En este contexto, cabe destacar la práctica del yoga en algunos centros, como el instituto Mercè Rodoreda de l'Hospitalet de Llobregat. Esta actividad contribuye, según los profesores que la difunden en los institutos, a calmar a los alumnos y crear un clima propicio para el aprendizaje. Los conflictos, argumentan, han disminuido gracias a que los estudiantes están más relajados. Algunas escuelas de primaria también dedican los primeros quince minutos del día a la lectura silenciosa, lo que tranquiliza a los alumnos y prepara para las clases. Ambas son actividades que mejoran el ambiente emocional del centro.
Los autores del informe –entre los que se encuentran el divulgador científico Eduard Punset, el neurocientífico de la Universidad Complutense de Madrid Francisco Mora o la coordinadora del máster en Educación Emocional y Bienestar de la UB, Esther García Navarro– van más allá y reclaman que la educación emocional se incluya como un área dentro del currículo.
Las escuelas han ido asumiendo cada vez más tareas fuera del terreno estrictamente académico, como el cuidado de la salud física, la higiene, la educación vial, la nutrición o la sexualidad. Ahora también se les pide que enseñen a los alumnos a tomar consciencia de sus emociones y de las de los otros, y que las gestionen.
Según los estudios internacionales recopilados en el informe Faros, las personas que han entrenado su inteligencia emocional sufren menos ansiedad, estrés e indisciplina y viven menos conflictos con otras personas. Además, dicen estos estudios, toleran mejor la frustración y están mejor capacitadas para afrontar situaciones adversas. Una mala gestión de las emociones, en cambio, puede repercutir en la salud. "Las emociones negativas contribuyen a disminuir las defensas del sistema inmunitario y predisponen a sufrir ciertas enfermedades", destacó Bisquerra.
Trabajar la educación emocional en clase, defienden los médicos e investigadores de Faros, mejoraría el clima escolar, la relación entre los compañeros de clase y el maestro y, en definitiva, fomentaría entre los alumnos aptitudes y habilidades que les serán útiles en el futuro. Los autores del informe proponen que se incluya esta formación en las tutorías y en la asignatura de educación para la ciudadanía, ahora rebautizada con el nombre de educación cívica. En Castilla-La Mancha la educación emocional ya se ha introducido como una competencia más del currículo escolar, en Guipúzcoa la administración ha formado a 2.000 profesores en técnicas para reforzar la educación emocional y en Extremadura se ha creado la "red de escuelas con inteligencia emocional". En Catalunya, el Departament d'Ensenyament o los Institutos de Ciencias de la Educación de las facultades ofrecen cursos de educación emocional a los docentes, pero son voluntarios. En primaria han tenido bastante aceptación, pero menos en secundaria.
Uno de los ejemplos que ponen en Faros para justificar sus tesis está en las investigaciones del científico Daniel Goleman. Un trabajo suyo publicado en el 2008 indica que los jóvenes que aprenden a calmarse cuando están contrariados desarrollan una mayor fortaleza en sus circuitos cerebrales encargados de gestionar la adversidad. En este sentido, los investigadores recordaron ayer que la mayor plasticidad cerebral, la mayor receptividad del cerebro a los estímulos, se da entre los cero y los diez años, por lo que es importante reforzar este trabajo durante esa edad.
Sin embargo, por mucho que la escuela se esfuerce, poco se puede avanzar sin la implicación de las familias. Si algunos padres carecen de esta educación emocional, ¿cómo actuará entonces el niño?
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