TEMA 18 INDIVIDUALIDAD Y COHERENCIA
COMPORTAMENTAL
TEMA 18
INDIVIDUALIDAD Y
COHERENCIA COMPORTAMENTAL.
¿ES ESTABLE LA PERSONALIDAD?
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Para analizar si la personalidad se mantiene estable o cambia con el paso
de los años, en paralelo al proceso de maduración biológica y social, se han
considerado esencialmente dos criterios:
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Si cambian con la edad las diferencias individuales en personalidad, esto
es, si el nivel relativo que cada uno tiene en las diversas variables de
personalidad, cambia o permanece a lo largo de la vida. El procedimiento de
análisis comúnmente empleado para responder a esta cuestión ha consistido en
calcular la correlación entre las medidas de personalidad efectuadas sobre la
misma población en distintos momentos temporales.
·
Un segundo criterio es ver si se producen cambios en los niveles medios
poblacionales en las variables de personalidad asociados a la edad. Lo que interesa
ahora es ver si se producen cambios en términos absolutos en las variables de
personalidad paralelos a la edad. Para dar respuesta a esta cuestión se han
empleado dos estrategias de análisis: correlacionar las puntuaciones en las
variables de personalidad con la edad de los sujetos, o, alternativamente,
calcular si difieren significativamente las puntuaciones medias en las
dimensiones de personalidad de grupos de sujetos que se diferencian en edad.
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Para calcular los datos sobre los que haremos los análisis comentados se
han empleado dos grandes tipos de estrategias o diseños de investigación:
estudios transversales y estudios longitudinales.
Pregunta: la evidencia mostrada en los estudios sobre cambios absolutos en la personalidad, indica que... dichos cambios ocurren, pero son de pequeña magnitud.
Pregunta: la evidencia mostrada en los estudios sobre cambios absolutos en la personalidad, indica que... dichos cambios ocurren, pero son de pequeña magnitud.
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evidencia empírica.
·
Lo que se discute aquí es si el nivel que cada persona alcanza en las
variables de personalidad, en relación a su grupo de referencia se mantiene o
cambia a lo largo de la vida. Para analizar esta cuestión se han empleado
diseños longitudinales.
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Las dimensiones de personalidad evaluadas en el estudio de Costa y McRae
muestran una significativa estabilidad, tanto cuando se consideran los datos
aportados por los propios sujetos, como cuando se tomaron las evaluaciones
ofrecidas por los/as esposos/as de los sujetos, que de esta forma reforzarían
los resultados basados en los autoinformes, en la medida en que los datos
heretorinformados presumiblemente serían menos susceptibles de sesgos que los
autoinformados.
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Sus resultados, al ser un estudio longitudinal, no descartan que se hayan
producido cambios asociados a la edad, pero indicarían que tales cambios se han
debido producir en toda la población, de forma que la posición relativa de cada
individuo en las variables en estudio permanece estable.
·
Contraste entre cambio subjetivo y estabilidad
objetiva. La idea de que la personalidad es
fundamentalmente estable en la edad adulta resulta contraintuitiva para algunas
personas que tal vez perciban un gran cambio en su personalidad. Estas
impresiones subjetivas de cambio en la personalidad con el paso de los años,
son, sin embargo, inconsistentes con los datos objetivos que vienen a demostrar
que no hay grandes cambios en personalidad asociados a la edad.
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Resultados ofrecidos por C. y McR. indican que la mayoría de los sujetos
percibía una gran estabilidad en su personalidad (el 51% de la muestra cree que
no ha cambiado nada, junto a otro 35% que estima que ha cambiado algo, pero
poco), lo que sería consistente con los datos objetivos procedentes de las
evaluaciones auto y heteroinformadas. Mientras hay otros sujetos (el 14% en
este caso) que piensan que han cambiado mucho, aunque esta percepción no recibe
apoyo de los datos objetivos, que vienen a indicar que, de hecho, han cambiado
tan poco como aquellos que efectivamente pensaban que habían cambiado poco o
nada.
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¿Quiere esto decir que no hemos madurado? Lo que sucede es que la
maduración no necesariamente se ha de traducir en un cambio cualitativo de
nuestra estructura de personalidad, sino en que hacemos un uso distinto,
probablemente más ajustado a la realidad, de nuestros recursos y
potencialidades adaptativas que constituye la parte sustancial de nuestra
personalidad. Desde esta perspectiva, la sensación de que nuestra personalidad
cambia con el paso de los años, está en gran medida condicionada por el hecho
de que nos enfrentamos a situaciones y roles distintos.
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Para estudiar la presencia de estabilidad o cambio en los niveles absolutos
de las variables de personalidad con el paso de los años, se han empleado dos
estrategias:
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La primera, asociada a los estudios transversales, ha consistido en
calcular el coeficiente de correlación entre la edad de los sujetos y los
valores que obtienen en las variables de personalidad en estudio.
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La segunda, asociada a los estudios longitudinales, consiste esencialmente
en calcular la diferencia entre las puntuaciones en personalidad que obtienen
los sujetos en los distintos momentos de evaluación que se lleven a cabo a lo
largo del periodo de seguimiento de la muestra.
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El estudio de C. y McR., en el que se calculó la correlación entre la edad
y los cinco grandes factores de personalidad, indica que ciertamente se produce
algún cambio en la personalidad asociado a la edad, aunque si atendemos al
escaso peso absoluto de los mismos, cabe pensar que el cambio producido debe
ser pequeño.
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Los pequeños cambios producidos se orientan en una disminución con la edad
de los valores medios en Extraversión, Neuroticismo y Apertura Mental y, por el
contrario, un cierto incremento en las dimensiones de Afabilidad y Tesón. Esta
evolución, por otra parte, parece lineal, salvo en el caso del Neuroticismo
donde los datos muestran una cierta asociación curvilínea, indicando que el
Neuroticismo desciende hasta aproximadamente la edad de los 75 años, para
iniciar un ascenso a partir de esa edad.
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En resumen, existe una notable estabilidad por lo que respecta a las
diferencias individuales en personalidad; esto es, el nivel relativo que
caracteriza a cada individuo en las diversas características de personalidad
cambia con el paso de los años. Al mismo tiempo, sin embargo, el peso absoluto
medio de las distintas variables de personalidad cambia con la edad; salvando
las diferencias individuales, ello quiere decir que, en general, a medida que
uno se va haciendo mayor va mostrando menor número, o con menor intensidad, de
indicadores de extraversión, o tiende a mostrar un comportamiento más
responsable, por citar dos de los aspectos de personalidad citados.
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¿cuándo está consolidada la personalidad?
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Varias hipótesis se han manejado a la hora de fijar un punto en el curso
vital de las personas, en el que podríamos decir que la personalidad está
consolidada, sólidamente establecida; momento en el que se supone se habría
alcanzado el nivel de máxima consistencia, sin que cupiese esperar, en
consecuencia, cambios significativos a partir de entonces:
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La hipótesis psicoanalítica viene a sugerir que la personalidad está
estructura en la infancia, en torno a los cinco años de edad. La abundante
evidencia empírica de que hoy disponemos, permite, sin embargo, descartar esta
hipótesis.
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Una segunda hipótesis parte del supuesto de que la personalidad está
consolidada en la edad adulta y que ésta se alcanza en torno a los 20 años. Sin
embargo, Bloom, tras revisar la evidencia aportada por 10 estudios
longitudinales, le llevó a aceptar que a la edad de 20 años se seguían
produciendo cambios en la personalidad, que presumiblemente se extendería a
etapas posteriores del desarrollo vital del individuo.
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Posteriormente, el grueso de la investigación sobre estabilidad de los
rasgos de personalidad, liderada en gran medida por Costa, McRae y cols., llevó
a pensar que la máxima estabilidad se alcanzaba en torno a los 30 años, aunque
pudiesen presentarse cambios en edades posteriores, aunque siempre de muy
escasa importancia. Así, concluyen que todo parece apuntar a que hay poco
cambio durante la mayor parte de la edad adulta en los niveles medios de los
rasgos de personalidad.
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Para Roberts y DelVecchio, en líneas generales la estabilidad de la
personalidad crece de manera escalonada en paralelo a la edad, alcanzando sus
niveles más elevados con posterioridad a los 50 años, mientras sus niveles más
bajos en la infancia.
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Parece claro, en consecuencia, que la personalidad se mantiene flexible a
lo largo de todo el ciclo vital, posibilitando la introducción de cambios que,
por una parte, serían fruto del esfuerzo adaptativo del individuo, y por otra
suponen el reajuste de las competencias, potencialidades y recursos desde los
que el individuo seguirá haciendo frente a los retos futuros.
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cambio y periodos críticos.
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Datos como estos, que muestran un cierto escalonamiento de la evolución de
los índices de estabilidad de la personalidad, con momentos de estancamiento
(reflejo de una menor estabilidad) ha llevado a muchos a pensar que existen
fases de transición, periodos críticos, en los que se producen mayor cantidad
de cambios.
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Esta sugerencia, sin embargo, no posee gran apoyo empírico, sobre todo
cuando se la hace dependiente de la evolución cronológica. Tiene sentido, no
obstante, señalar que el modo en que se hace frente a determinadas
circunstancias influye en la personalidad, produciendo cambios de mayor o menor
intensidad y duración, en función de la naturaleza de la situación y de los
recursos personales desde los que uno la afronta.
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Eccles, Wigfield, y otros autores, se plantearon, entre otras, las
siguientes cuestiones:
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¿Cambia la personalidad en los periodos de transición?
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¿Se producen cambios en Autoestima y Autoconcepto?
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Para dar respuesta a estas cuestiones se tomaron los siguientes criterios:
·
Presencia o ausencia de cambio grupal en las variables mencionadas, a lo
largo de las distintas fases en que se evaluó el efecto de la transición.
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Estabilidad de las diferencias individuales en cada una de las variables,
en los distintos momentos temporales del proceso de transición.
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Objetividad o subjetividad del cambio.
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En general, parece que se producen cambios globales en las diversas facetas
evaluadas: el nivel de autoestima disminuye al pasar a la nueva situación,
aunque se recupera. Por lo que respecta a los distintos aspectos del
autoconcepto, la evolución varía según la faceta concreta evaluada.
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Los datos, en resumen, vendrían a sugerir que, pese al cambio situacional,
el autoconcepto, la identidad personal, continúa consolidándose durante este
periodo de la vida de los sujetos.
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En términos generales, la estabilidad de los diversos criterios evaluados
parece incrementarse incluso durante este periodo de transición. Cuando la
transición provoca un cambio significativo, ello suele ocurrir en aquellos
ámbitos en los que la situación ha cambiado más significativamente, dando lugar
a que cambien de manera sustantiva las experiencias del individuo en las que
basa su autoconcepto.
¿EXISTE CONSISTENCIA CONDUCTUAL?
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El punto de partida para el análisis de la consistencia de la conducta
puede cifrarse en la constatación que cada uno puede tener de dos hechos: por
una parte, que nuestra conducta varía de acuerdo con la situación en que nos
encontramos, y, al mismo tiempo, sin embargo, seguimos sintiéndonos la misma
persona.
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Indudablemente, la situación incide sobre el individuo y produce cambios
sobre su conducta; por ello, no se cuestiona que exista variabilidad
conductual. Lo que aquí nos preguntamos es si existe regularidad y continuidad
en la conducta, por encima de la variabilidad situacional, o si, por el
contrario, la variabilidad es la nota dominante en la conducta de los seres
humanos.
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La existencia de regularidad y continuidad en la conducta es un factor
decisivo para el desarrollo y mantenimiento del sentimiento de propia
identidad. Uno se define a sí mismo, en una medida importante, a partir de la
observación de su conducta en diversas situaciones y momentos temporales, pero,
para que esta observación permita elaborar una imagen armónica de sí mismo, es
preciso poder establecer nexos de continuidad entre unas manifestaciones
conductuales y otras.
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La existencia de patrones regulares de conducta parece una condición
importante para poder anticipar y predecir la propia conducta y la de los
demás, propiciando, en este sentido, el desarrollo de conducta adaptativa.
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supuestos teóricos.
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En gran parte, la polémica sobre la consistencia de la conducta queda
enmarcada en una controversia más amplia acerca de la naturaleza real de los
determinantes del comportamiento. En este sentido, el problema de la
consistencia es una nueva manifestación de la dicotomía entre dos
posicionamientos metateóricos, que sustentan visiones del sujeto de
comportamiento y explicaciones de su conducta, aparentemente al menos,
contrapuestas: los enfoques organísmico y mecanicista.
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El reflejo de esta situación en el estudio de la personalidad nos viene
dado en el enfrentamiento entre planteamientos internalista-personalistas y
situacionistas.
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Desde una perspectiva organísmica, la primera nota que define los
planteamientos internalistas es el marcado énfasis que se hace en la
determinación de la conducta por variables personales. La conducta manifiesta
del individuo viene a entenderse como expresión de una serie de variables,
mecanismos y/o estructuras, subyacentes, que el sujeto lleva a la situación
concreta, y que son las que, en último término, van a determinar su peculiar y
específico comportamiento en tal situación. En el supuesto de que tales
características personales sean estables y duraderas, se asume que la conducta
presentará un alto grado de consistencia transituacional y estabilidad
temporal.
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En consonancia con la filosofía mecanicista, los planteamientos
situacionistas en la investigación en personalidad van a hacer énfasis en el
valor determinante de la situación, especificidad de la conducta y conveniencia
de estudiar sistemáticamente los parámetros que definen la situación. Se
defiende el carácter específico y variable de la conducta. Si en algún punto la
conducta muestra regularidad, ésta se explicará a partir de regularidades
existentes en el contexto.
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En la revisión llevada a cabo por Mischel, por lo que respecta a conductas
asociadas a variables intelectuales y cognitivas, los datos de investigación
tienden a mostrar niveles aceptables de consistencia. No obstante, de los datos
considerados no se infiere, necesariamente, la existencia de una dimensión
subyacente generalizada, a la que se pudiera atribuir la responsabilidad de la
consistencia observada.
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Los resultados analizados sugieren que la consistencia, incluso en estas
variables de naturaleza cognitiva, desciende a medida que cambian las
situaciones en que se analiza la conducta.
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La consistencia informada puede ser más un efecto de sesgos perceptivos en
el observador de la conducta que algo predicable de la conducta real misma.
·
La base argumental de que parten en la investigación Bem y Allen sostienen
que en la investigación tradicional en personalidad, basada en las variables
personales y siguiendo una orientación nomotética, se han cometido dos errores,
a los que, más o menos directamente, hace referencia Allport, cuando habla de falacia nomotética en la investigación en personalidad. Por
tal se entiende la aceptación de dos supuestos:
·
La creencia en la supuesta universalidad de las dimensiones de
personalidad.
·
El supuesto de escalabilidad, esto es, que las diversas conductas que definen
un rasgo ponderan igual y significan lo mismo para todos los individuos y en
todas las situaciones.
·
Bem y Allen proponen un acercamiento idiográfico, desde el que la
investigación se asienta en dos supuestos básicos:
·
Para cada individuo unos rasgos son relevantes y otros no, y no
necesariamente los mismos.
·
La interpretación del rasgo y, en consecuencia, las conductas que le sirven
de índices significativos tampoco han de ser siempre equivalentes para todos
los individuos.
·
Los sujetos no son consistentes de la misma manera. Los individuos difieren
en la medida en que son consistentes en diversos rasgos, en las situaciones en
que son consistentes y en la medida en que le son aplicables las conductas
supuestamente indicativas del rasgo.
·
En otros términos, lo que se está sugiriendo es que la consistencia puede
entenderse como un auténtico factor de diferenciación individual. La
consecuencia inmediata de esta propuesta es que aparecerá consistencia
transituacional en un determinado rasgo cuando se evalúe en sujetos
consistentes en dicho rasgo, mientras que no aparecerá cuando se tomen sujetos
clasificables como inconsistentes, o cuando se tomen grupos mezclados.
·
La investigación de B. y A. se dirigió al contraste entre sujetos, que se
definen a sí mismos como consistentes o variables en diversos rasgos, llegando
a las siguientes conclusiones:
·
La utilidad predictiva de la medición de rasgo es aceptable para aquellos
individuos y en aquellas situaciones en que se definen a sí mismos como
consistentes.
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En cambio, cuando lo definitorio del individuo es la variabilidad, la mejor
predicción se puede hacer desde el conocimiento de las características de la
situación.
·
Epstein sostiene que en la mayoría de los estudios en los que se señala
inconsistencia de la conducta, dicha inconsistencia tiene mucho que ver con el
inadecuado muestreo de índices de conducta y de ocasiones y/o situaciones en
que se observa la conducta. Propone incrementar la fiabilidad y validez de la
investigación, mediante el empleo de tácticas de agregación, que suponen tomar
como datos de conducta el promedio de una gama amplia de índices conductuales,
observados en un rango igualmente extenso de ocasiones y situaciones.
·
reformulación interactiva.
·
Las formulaciones interaccionistas suponen un intento de integración de las
distintas posturas, relativas a la naturaleza de los determinantes de la
conducta. Esta integración supone reorientar la cuestión, desde la formulación
polarizada (persona vs. Situación), hacia la consideración de la interacción de
las variables personales y situacionales como la unidad de análisis y
explicación de la conducta.
·
La conducta se debe, en parte, a los factores de diferenciación individual,
en parte, a las características de la situación, pero, en mayor medida, a la
interacción entre características del individuo y características de la
situación en la que tiene lugar la conducta.
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El punto de partida en el tratamiento interaccionista de la cuestión sobre
la naturaleza de los determinantes de la conducta es la convicción de que los
planteamientos anteriores sobre estas cuestiones venían incorrectamente
planteados, expresando, innecesariamente, las posibles resoluciones en términos
de la dicotomía persona o situación.
COHERENCIA COMPORTAMENTAL.
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La estabilidad de la personalidad no se traduce en estabilidad
comportamental; la conducta del individuo puede variar, y de hecho así suele
ocurrir, de un momento a otro, y de una situación a otra. Paradójicamente, sin
embargo, seguimos identificándonos como la misma persona.
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Las personas difieren en:
·
El contenido, accesibilidad y activación de procesos cognitivos y afectivos
que condicionan el modo específico y peculiar con el que cada uno se posiciona
ante las diversas situaciones que definen su realidad cotidiana.
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En el modo en que valoran las situaciones y de manera especial en las
características de la situación que activan estos procesos cognitivos y
afectivos.
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En el sistema de interrelaciones existentes entre estos procesos psicológicos,
por una parte, y entre estos procesos y las características y demandas de la
situación, por otra, que da lugar al patrón idiosincrásico de conducta
coherente y predecible peculiar y definitorio de cada persona.
·
Lo que define e identifica la coherencia del concepto del comportamiento es
el perfil de estabilidad y cambio discriminativo que muestra el individuo en su
conducta en los diversos contextos y escenarios en que se desenvuelve su vida
diaria.
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El comportamiento no viene regido por disposiciones generalizadas,
absolutas, de conducta, del tipo, por ejemplo, “si es extravertido, tenderá a
comportarse de manera extravertida en la mayoría de las situaciones”; sino por
disposiciones condicionales del tipo “si… entonces”.
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Estas reglas condicionales recogen la variabilidad situacional y explican
la plasticidad y variabilidad discriminativa observable en la conducta. Lo que
caracteriza a la personalidad es precisamente esta flexibilidad adaptativa,
asociada a la capacidad discriminativa del ser humano, que se traduce, en
último término, en patrones de estabilidad y variabilidad.
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Entender al individuo, desde esta perspectiva, supone conocer el conjunto
de relaciones de contingencia que subyacen y dan coherencia a su conducta y que
definen de manera peculiar su vida y experiencias. Así, por ejemplo, si un
individuo se caracteriza por reaccionar agresivamente cuando se siente
amenazado:
·
Cabría esperar que su conducta sea consistentemente agresiva siempre que se
sienta amenazado.
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Pero de igual modo y apoyándonos en la misma proposición, se entenderá que
no se comporte agresivamente en aquellas otras ocasiones en que no se sienta
amenazado. De esta forma, podemos decir que su conducta muestra coherencia
aunque varía de unas ocasiones a otras.
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En la medida en que diversas situaciones comparten las mismas
características psicológicas, sean igualmente relevantes para el individuo, no
sólo se observa coherencia conductual, sino que en tal supuesto se aprecia
igualmente consistencia conductual, entendida en sentido tradicional. En este
supuesto, coherencia y consistencia conductual coinciden.
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Una segunda aportación importante del acercamiento social-cognitivo al
estudio de la personalidad y la conducta, es que tales patrones discriminativos
situación-conducta son estables y predecibles, en la medida en que:
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Existe estabilidad en el sistema de procesos psicológicos que constituye la
personalidad.
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Conozcamos las características psicológicas de la situación que activan
tales procesos psicológicos. Es precisamente en estos patrones estables y
discriminativos de interacción persona-situación, que dan lugar a perfiles de
variabilidad intraindividual en la asociación entre características de la
situación y la conducta, donde se puede observar con claridad la presencia de
coherencia en la personalidad y en la conducta.
·
El resultado más significativo del análisis de Shoda, Mischel y Wright
viene a indicar que el nivel de consistencia de la conducta se incrementa a
medida que aumenta el número de características psicológicas importantes para
el individuo que comparten las situaciones. Quiere ello decir que:
·
Si hubiésemos tomado en consideración únicamente el promedio de conducta
del individuo en todas las situaciones prácticamente no aparecería consistencia.
Vemos, en cambio, que cuando se compara la conducta del individuo teniendo en
cuenta la similaridad existente entre las situaciones, la consistencia puede
ser notable cuando las situaciones en las que se contrasta la conducta
comparten la mayor parte de sus elementos significativos psicológicamente.
·
La conveniencia de conceptuar y evaluar el impacto de la situación en
términos de los ingredientes, características y elementos de la situación que
el individuo cree relevantes para su vida, para guiar su conducta en cada caso
concreto.
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