"El secreto de la felicidad consiste en valorar tu vida tal como es"
48 años. Vive en pareja y tiene dos hijos. Médico y divulgador. Durante años ha estudiado qué dice la ciencia sobre los pilares del auténtico bienestar.
"Antes solía creer que la felicidad era un estado de gracia que muy pocos podían alcanzar. Y que para ser uno de esos privilegiados tenía que seguir el modelo determinado por la sociedad: estudiar una carrera universitaria, conseguir un buen trabajo, comprar una vivienda, casarme, tener hijos... No es que me sintiera especialmente infeliz, pero mientras iba recorriendo ese camino tenía la sensación de no ocupar todavía 'el podio de los felices'. Mis días estaban marcados por el hastío que te invade mientras esperas, sin saber demasiado bien el qué. Tal vez fue por eso por lo que empecé a interesarme por las bases neuronales de la felicidad. La ciencia dice que percibimos cómo nos sentimos gracias al contraste. Así, cuando alcanzamos cierta riqueza externa es más fácil darnos cuenta de nuestra pobreza interior. He aprendido que la felicidad -quizá provocada por una sustancia llamada oxitocina- consiste en apreciar las pequeñas grandes cosas que nos pasan cada día. Y que esos breves instantes se escapan fácilmente cuando aparece el deseo de querer que suceda algo que no está sucediendo. El deseo pone nuestro centro de atención en lo que no tenemos, en lo que nos falta, en lo que podría ser mejor, causándonos grandes dosis de sufrimiento. El deseo nos lleva a regodearnos en recuerdos pasados y a fantasear con ensoñaciones futuras, perdiéndonos por completo el momento presente, que es el único donde sí podemos conectar con la felicidad. El reto consiste en no dar nada por sentado, valorando todo lo que forma parte de nuestra vida. Más que nada, porque lo que se valora se disfruta mucho más, mientras que lo que no se valora se termina perdiendo".
En la última década se han hecho incontables estudios sobre la felicidad. Y entre otros, Albert Figueras destaca el realizado en 2007 por la Universidad de Wisconsin. Un grupo de neurocientíficos se dedicó a hacer resonancias magnéticas a cientos de voluntarios, conectando sus cerebros a 256 sensores para detectar su nivel de bienestar. La puntación más alta, y con una abultada diferencia, la obtuvo el francés Matthieu Ricard, a quien se le declaró "el hombre más feliz del mundo".
Lo cierto es que esta simpática etiqueta no tiene nada que ver con la casualidad. Este biólogo molecular dejó su carrera profesional hace 30 años para convertirse en un monje budista. Actualmente, a sus 64 años, Ricard es uno de los asesores personales del Dalai Lama y lleva una vida contemplativa en el monasterio nepalí de Shechen.
En su opinión, "solemos confundir la felicidad con el placer y la satisfacción que nos proporciona el consumo de bienes materiales". Y también con "la euforia de conseguir lo que deseamos". De hecho, "la felicidad no está relacionada con lo que hacemos ni con lo que poseemos". Sobre todo porque "no tiene ninguna causa externa: es nuestra verdadera naturaleza", afirma Ricard, autor de En defensa de la felicidad y El arte de la meditación.
Si bien no es fácil definirla con palabras, Ricard sostiene que "la felicidad es la ausencia de lucha, conflicto y sufrimiento". Se dice que somos felices cuando "nos aceptamos tal como somos y sentimos que no nos falta de nada, una percepción subjetiva que está muy vinculada con nuestro estado de ánimo". Por su experiencia, "el bienestar profundo y duradero que todos anhelamos surge como consecuencia de relajar la mente y conectar con el corazón". De ahí que Ricard nos invite a adentrarnos en la meditación. "Nos pasamos la vida haciendo planes y poseyendo cosas, pero ¿cuánto tiempo dedicamos al día a estar solos, en silencio y sin distracciones?".
La frenética actividad a la que muchos de nosotros estamos sometidos suele desgastar por completo nuestra energía vital. Y, a menos que aprendamos a recuperarla, "solemos vivir de forma inconsciente, cayendo en las garras de un peligroso círculo vicioso". No en vano, "en este estado funcionamos con el piloto automático y somos guiados por nuestro instinto de supervivencia, cuyos rasgos más distintivos son el egocentrismo, el miedo, el victimismo y la reactividad emocional". Es entonces cuando, saturados por el malestar, muchos concluyen que el negro es el color de la existencia o que hemos venido a este mundo a sufrir.
Pero nada más lejos de la realidad. Al igual que cargamos el móvil cuando se le agota la batería, los seres humanos podemos cargarnos de energía, y no solo por medio de la meditación. Si bien cada ser humano es único, a todos puede beneficiarnos el ejercicio físico, la naturaleza y el baile, así como quedar con personas alegres y positivas e incorporar en nuestra dieta alimentos más sanos y naturales. El reto es encontrar el equilibrio entre la actividad, el descanso y la relajación.
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