A veces, una persona se siente físicamente mal sin un motivo aparente. Tal vez se trata de cansancio, dolores de cabeza, problemas digestivos o cualquier otro síntoma que le impide estar bien y que parece arrastrar día tras día sin que desaparezca.
Mucho más a menudo de lo que creemos, los síntomas físicos y enfermedades tienen su origen en nuestras emociones. Eso no significa que no sean reales o estén solo en nuestra mente. Significa que tus emociones pueden llegar a enfermarte.
Existe un pequeño truco que nos puede ayudar en muchos casos a determinar si una enfermedad o síntoma tiene un origen psicológico. Imagina, por ejemplo, que tienes contracturas o dolores de cabeza. Cuando es de origen físico (por ejemplo, una contractura tras un esfuerzo físico excesivo), el dolor sigue un curso similar al de una enfermedad aguda típica o alguna herida: el cuerpo reacciona y comienza la curación de inmediato, de modo que vas mejorando día tras día hasta que el problema desaparece por completo en poco tiempo. Sin embargo, cuando es de origen emocional, sigue estando ahí hagas lo que hagas. Tu cuerpo intenta curarse pero no lo consigue, porque la causa sigue presente, dentro de ti, en tu propia mente. Y mientras no vayas directamente a esa causa, no lograrás hacer desaparecer los síntomas.
El estrés
Cuando nos enfrentamos a algún tipo de presión, tanto externa como interna, nuestro cuerpo reacciona con la respuesta de estrés. Por ejemplo, empiezas un nuevo trabajo donde tu jefe te trata con desprecio. Ante una situación como esta, sientes una tensión que se produce tanto a nivel emocional como físico.
A nivel psicológico o emocional aparece un estado de preocupación o ansiedad, irritabilidad, ira, problemas para dormir, tristeza, cansancio o problemas para concentrarse. A nivel físico puede producirse un aumento de la frecuencia cardiaca, problemas digestivos, mareos, contracturas, dolor de cabeza o espalda, sensación de falta de aire, sudoración o dolor de cabeza.
El estrés puede ser debido a ciertas circunstancias externas. Por ejemplo, problemas laborales, acoso en el trabajo, relaciones de pareja tormentosas, etc. Pero la forma en que reaccionas ante estas circunstancias es la que, en última instancia, determina cómo vas a sentirte. Por este motivo, lo que pienses y hagas ante una situación estresante es muy importante.
En otros casos, es el propio modo de ser de una persona el que la lleva a estar preocupada por prácticamente todo y reaccionar continuamente con miedo y estrés ante cualquier contratiempo, imprevisto o problema, por pequeño que sea. No es raro que estas personas tengan síntomas crónicos, como dolores de cabeza, migrañas, hipertensión, contracturas, fatiga crónica o incluso enfermedad cardiaca.
¿Cómo el estrés llega a enfermar a una persona?
Los síntomas descritos se producen porque, ante una situación de estrés, nuestro cuerpo se prepara automáticamente para luchar o para huir. Se liberan unas hormonas (las hormonas del estrés) que dan lugar a una serie de cambios fisiológicos:
Para huir o luchar es necesario que los músculos se tensen, de ahí que las contracturas y problemas musculares sean tan típicos en personas estresadas.
El corazón late más deprisa para llevar más sangre y oxígeno a los músculos que van a necesitarla para huir o luchar, y la respiración se acelera.
Nuestro cuerpo considera que debe enviar la mayoría de sus recursos a los órganos que más lo necesitan en ese momento (los encargados de la lucha o huida), de manera que hace que las funciones menos necesarias en ese momento se vuelvan más lentas. Esto es lo que sucede con la digestión. Si sientes miedo, las contracciones y secreciones del duodeno y el estómago se inhiben, mientras que si sientes ira, se aceleran.
El sistema inmunitario también se ve inhibido por el mismo motivo (la energía hace más falta en otros órganos).
Esta es una respuesta diseñada para funcionar a corto plazo, que nos permite afrontar de manera más efectiva una amenaza inmediata. El problema aparece cuando el estrés se hace crónico, y esta respuesta se prolonga en exceso. Cuando esos cambios fisiológicos se prolongan en exceso pueden acabar causando daño y enfermedad.
Por ejemplo:
El estrés hace que aumente la densidad de la sangre, y esto puede aumentar la probabilidad de formación de coágulos.
Al estar disminuida la respuesta inmunitaria, aumenta la probabilidad de padecer infecciones.
Cuando aparece una célula cancerosa, un sistema inmunitario sano la destruye. Si este sistema está inhibido por el estrés, la probabilidad de cáncer es mayor.
Al estar afectado el aparato digestivo por el estrés, pueden aparecer dolor abdominal, estreñimiento, diarrea, acidez de estómago, úlcera, etc.
El estrés puede hacer que la probabilidad de abortar aumente en un 50%.
Los síntomas similares a las alergias que padecen algunos trabajadores de oficina (asma, dolor de cabeza, eczema, sinusitis) y que se ha dado en llamar síndrome del edificio enfermo, puede ser en realidad una consecuencia del estrés.
El dolor de cabeza es un síntoma muy típico asociado al estrés. Es un dolor producido por tensión muscular. Hay personas que tienen una predisposición biológica a convertir el estrés en tensión muscular.
El estrés puede ser también el causante de la migraña, aunque en este caso, el dolor aparece una vez que la causa de estrés ha desaparecido
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